miércoles, 27 de octubre de 2010

Carta del Director

“Más que tomar la palabra, habría preferido verme envuelto por ella y transportado mas allá de todo posible inicio”.
Michel Foucault.

La historia no carece de sentido pero sí de forma. El afán casi patológico de encontrar un lineamiento rígido de la noción de Historia que, en esencia, está sometida a parámetros arbitrarios, produce una mayor cantidad de problemas en comparación con las soluciones que desprende. Formular un concepto que englobe todo lo que se hace designar como “Historia”, es poco más que imposible. Nuestro lenguaje no está diseñado para ello. A pesar de ésto, es necesario remarcar que toda definición de historia nace con la finalidad de diezmar los déficits pertinentes de cada época, pero posteriormente estas definiciones se tornan obsoletas, con lo cual se redefine la noción de  historia y con ello se da un giro paradigmático radical, el cual contradice a su antecesor y se postula como la solución a todos los problemas. A raíz de esto se puede denotar lo AMORFO de esta disciplina y que el sentido de la historia radica en ser la conciencia siempre a prueba de la humanidad.
           En esta eterna dialéctica en lo respectivo a las  definiciones de la historia en donde se permea, no sólo los alcances y el arquetipo  que tiene que acatar el historiador, sino también se postulan las formas pertinentes que “validan” todo  discurso histórico. Por lo tanto, todo lo que acate las normas y se formalicé, niega en demasía toda labor del historiador que discrepa de la conceptualización establecida por el gremio,  pese a que el uso de una metodología especifica y la preferencia por una determinada labor historiográfica no es perjudicial. En sí lo que lesiona a la historia es el hecho de tomar sólo una visión como eje dominante, ante el cual toda se suscriba y sesgue todo el desempeño del historiador- En este sentido la estructura hegemónica se dogmatiza, por ende la historia pierde su chispa y se convierte en un ámbito lúgubre.
           La historia no es estática, siempre se encuentra movilizándose tratando de canalizar todo lo que se puede considerar histórico y  su eterno dinamismo contribuye en gran medida a que no tenga una forma única. Al no poseer esa rigidez, se puede interpretar un mismo acontecer historio en un sin fin de posturas. Como resultante de esto, es que la labor prolifere y se modifique. Por consiguiente, a mi forma de percibir la estructura de esta disciplina, es necesario entender que los motores de la historia son el cambio y el olvido. En estas dos palabras gira toda labor histórica, en lo que  permanece para que el cambio sea notorio, en lo que se retoma del olvido y produce cambio, etc.
           Por último  me gustaría incidir en la necesidad de una multiplicidad de corrientes históricas (pese a que sean antagónicas en sus postulados), ante las cuales toda labor de historiador incrementará, y sin la rigidez de una idea dominante en lo histórico, se puede visualizar  una mayor apertura hacia  el debate, donde más que buscar la conjunción del gremio en un solo paradigma, se aspirara a una configuración plural  de la historia, y tal vez por medio de ésta se pueda lograr la consolidación de una historia viva y heterogénea, basada en la idea fijada por  el filólogo, filosofo y poeta alemán Friedrich Wilhelm Nietzsche en su libro: De mi vida. Escritos autobiográficos de juventud (1856-1869), en la parte titulada como Factum e historia:

“la historia universal no sería ya para nosotros otra cosa que un autoembriagarnos en brazos del ensueño; cae el telón, y el hombre se encuentra de nuevo, como un niño que juega con mundos, como un niño que se despierta con la luz de la mañana y sonriendo, borra los sueños terribles de su cabeza.”


Director: Mario Alberto González Serrano
Corrección de estilo: Fátima del Toro Zúñiga,
Hugo Enrique Becerril  Morales
    


         

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