miércoles, 27 de octubre de 2010

Independencia de Diacrítica

Independencia, Revolución y Suerte

La Independencia y la Revolución son dos procesos fundamentales para la construcción de la república que hoy denominamos México. El primero de estos movimientos, sirve para emancipar a la más rica colonia americana de España, causa de esta separación, son la invasión napoleónica a la península ibérica, que trae la deposición de Fernando VII y el ascenso al trono de José Bonaparte, lo que invariablemente produce un malestar generalizado e incertidumbre en los distintos virreinatos españoles en América. Al interior de la Nueva España, se gestaba la rivalidad entre los españoles criollos y los peninsulares, los criollos manifestaban una inconformidad patente, fundada en su naciente nacionalismo y sobre todo, al trato preferencial que recibían los peninsulares, los españoles “americanos” se consideraban hijos de estas tierras; España, representaba tan solo, la tierra de sus padres o de sus abuelos, por lo tanto, repudiaban el que los peninsulares ocuparan los puestos de mayor poder en la estructura novohispana, pues el pensamiento criollista concebía a los criollos como los legítimamente facultados para decidir el futuro de “su tierra”, solo les competía a ellos y no a los peninsulares decidir los asuntos de mayor trascendencia de la colonia. Esto corresponde al contexto propio de los momentos independentistas, sumado a la tiranía impuesta por los españoles al resto de la población indígena, negra y a las castas.

En cuanto a la Revolución, convergen tanto, la inaccesibilidad de las nuevas generaciones a los puestos de poder, originado por el mantenimiento de los funcionarios porfiristas con los mismos 30 años de su líder en el cargo, como por la pobre distribución de la riqueza material generada por el Estado mexicano, y que se concentraba en una oligarquía formada por los grandes empresarios nacionales y extranjeros, los latifundistas, los jefes políticos y los caciques regionales, así como los altos funcionarios del gobierno de Díaz. Ambos movimientos son coyunturas de procesos históricos continuos, que desembocan en una lucha armada, dichas luchas se encuentran precedidas de hechos igualmente violentos, lo que evidencia  discordancia de las sociedades de esos tiempos con el sistema de gobierno imperante. En la independencia, existieron conspiraciones anteriores a la encabezada por hidalgo y Allende, así como una significativa rebelión de negros cimarrones, conocida como “la rebelión de Yanga”, en la revolución, las huelgas obreras son el precedente más sustancial del fastidio de las clases trabajadoras (y de la sociedad en general) con el régimen eternizado del general oaxaqueño.

Mucho se ha discutido, si apelando a la vieja historia cíclica, puede entenderse a los fenómenos sociales desde un patrón que se repiten durante determinado lapso de tiempo,  por lo que las teorías que señalan un cambio drástico social por venir, no se han hecho esperar en este tiempo conmemorativo, la idea no parece descabellada del todo, vivimos tiempos de una fuerte crisis del Estado mexicano, vivimos una violencia constante y asfixiante todos los días, se han polarizaciòn y radicalización de las posturas políticas, las calles se han ensangrentado, la guerra contra el narcotráfico parece tener un resultado muy incierto, la pobreza es un flagelo que sigue lacerando al país, las pocas oportunidades de empleo se suman a la brecha cada vez más grande entre distintas clases sociales.  Todos estos factores hacen, desgraciadamente, coherente la posibilidad de un estallido social, el hecho de que una oligarquía mexicana bien constituida siga estableciendo el interés colectivo supeditado a sus intereses particulares, que no exista la confianza en las autoridades observándose con recelo su actuar, provocan la suspicacia de los historiadores y demás científicos sociales, que ven en estos momentos las mismas circunstancias que produjeron los movimientos armados de antaño.

Los movimientos de Revolución y de Independencia son el cúmulo de condiciones que eran inaguantables para el resto de la población, constituían estos factores un lastre imposible de resistir. Comparado con ahora, yo no se, si a lo largo de este proceso institucionalista que ha durado más de 100 años, los mexicanos nos hemos “acostumbrado” ha observar con absoluta indiferencia, la incapacidad de esas instituciones  a las que estamos obligadas a respetar. El pueblo ha olvidado, o le quieren hacer olvidar que en el reside la soberanía, que es el quien se la brinda a las autoridades y no al contrario. El derecho a cambiar el estado de cosas, es una potestad exclusiva y ejercitable por el pueblo, constituye la revolución no una simple exaltación, si no la manifestación legitima de un pueblo cuyas aspiraciones trascienden su realidad.

Con una conmemoración bastante modesta en calidad, aunque nada despreciable en cantidad (y en gasto público) celebramos aquello denominado “Independencia de México”, con todo lo que implica, pues según los medios de comunicación, son 200 años de mexicanidad, es el momento en que el pueblo elevo sus demandas y se quito el yugo español, entre otras concepciones más, todas ellas a mi juicio tergiversadas y después ferozmente vendidas por los grupos en el poder. Nada más difícil de asequir que la mexicanidad, pues como país pluricultural que somos, cada individuo dependiendo su contexto, de los muchos Mèxicos que existen, asume su mexicanidad de una manera diferente, sin buscar contradecir al maestro Paz, no hay una psique colectiva del mexicano, solo existen manifestaciones inconcientes del imaginario colectivo, pero esto no nos condiciona a ser uniformados bajo la bandera de la falsas representaciones del mexicanismo, ya que el termino en si mismo resulta vago y confuso, ahora bien, suponiendo sin conceder que la alegoría de la mexicanidad fuese correcta, entonces dicha mexicanidad estaría condicionada a una invención política denominada “nacionalismo”, la cual es el programa político de la facción liberal de mediados del siglo XIX, que es ignorada durante el Porfiriato y que se consolida en las aulas durante los regimenes de la  “Revolución Institucionalizada”. En otro asunto, valdría la pena reflexionar sobre la existencia de una total emancipación de la nación en 1810, La consumación de la independencia ocurrió en 1821, fuimos una República hasta 1823, y España nos reconoció algunos años más tarde, no sin antes intentar una expedición de reconquista de nuestro territorio, pero más allá de las verdades históricas, están las verdades actuales, y las preguntas que asaltan mi mente es la siguientes: ¿México es independiente? o no, ¿es acaso un país dependiente de economías externas?, ¿que marca su agenda internacional? las conveniencias de su poderoso aliado del norte o el interés prioritario del Estado nacional, ¿nos sometemos a la voluntad de los inversionistas foráneos? O actuamos acorde a nuestra tantas veces defendida “autodeterminación de los pueblos”. México a 200 años del inicio del movimiento de independencia, es a mis ojos, un país que simula su libertad, cuya autonomía es moneda de cambio de compra y venta de intereses mezquinos, en donde los poderes gubernamentales gobiernan de derecho pero no de hecho y en donde al final todos somos cautivos de las conveniencias de las minorías privilegiadas radicadas dentro y fuera de la “patria”.

Por todas las razones antes esgrimidas, me permito exhortar a el “mexicano”, prototipo de mestizaje, de picardía, de ingenio, de variedad, de socarronería, de fiesta y tolerancia, a que no solo manifieste su unidad, su orgullo en una sola fecha, que todos los días con base en esos sentimientos de enaltecer a su Estado trate de reconvertir su realidad, que asegure su porvenir por amor a su tierra y con fe en el eterno destino que aguarda a el pueblo mexicano, necesitamos al mexicano que grite ¡Viva México!, con una convicción profunda en que a pesar de los males el país saldrá adelante, es el momento de pedirnos entre todos los que habitamos este territorio que consideramos nuestro, conquistemos nuestras aspiraciones personales y colectivas con la firmeza de que con nuestras acciones estamos ejerciendo lo que tantas veces ha probado el “mexicano”: Su voluntad para cambiar el presente y su disposición para construir futuros más alentadores.   

Emilio Hiram Toledo Palacios

           
      

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